miércoles, 9 de mayo de 2018

Un futuro imperfecto


La extrema dependencia que muestra la Fórmula 1 al respecto de las quimeras tecnológicas daría, sin duda, para una bonita serie de películas: «La rebelión de los túneles de viento», «Alien vs. MGU-H», «Alguien voló sobre el nido del CFD», «Virus en el paddock», etcétera, etcétera, etcétera.

No cuestiono el modelo tecnológico a seguir, o mejor dicho, el que nos dicen que es el único que se puede seguir en la actualidad, ahora bien, como sucede con el modelo de seguridad que se ha impuesto en nuestro deporte, considero que viene de suficientemente lejos como para que cupiese una reflexión sobre si no hay por ahí alguna alternativa que hiciese a los equipos la vida más fácil. A fin y a cuentas, el espectáculo sigue consistiendo en coches disputando carreras.

Creo que podemos coincidir en que el aficionado de a pie no percibe ni entiende el grueso de la tecnología aplicada a la Fórmula 1, de manera que difícilmente puede apreciar los esfuerzos encaminados a hacerla más rentable, ni mucho menos, el interés que muestra el negocio en complicar las cosas a las escuderías a base de restricciones y más restricciones.

Que sí, que supongo que está bien eso de los límites en horas de uso de un túnel de viento o en dinámica computacional de fluidos y tal, pero a la vista está que ni se han reducido los costes (más bien han continuado escalando), ni se palpa en los fines de semana de carreras salvo porque el que no ha resuelto sus deberes adecuadamente está infinitamente más vendido que hace una década y suele dar por terminada su temporada con mucha más antelación que antes.

Disponemos de pocos entrenamientos de pretemporada y ésta se abre paso en la sesión consumiendo el espacio competitivo de las pruebas, de forma que quien da con la tecla primero suele llevar la batuta a lo largo y ancho del calendario. Nos pasó con Red Bull y nos pasa ahora con Mercedes AMG. Y a tontas y a bobas, llevamos a cuestas ocho años de dominios más o menos disputados según suene o no la flauta del inmediato rival de turno, ya que al resto sólo le queda aguantarse porque carece de margen de maniobra.

Y aquí viene donde la matan, ya que podemos comprobar temporada sí y temporada también, que los equipos (todos los equipos, incluso los grandes) no saben a qué atenerse hasta que sus respectivos monoplazas tocan asfalto y ruedan y ruedan acumulando kilómetros y toneladas de información. Algo, si me lo permitís, que interesa bastante poco al aficionado que busca emoción, competición y deporte, al que hay que explicarle luego que esto es muy complejo mientras le rogamos encarecidamente que así y todo se quede, y llene las gradas o consuma horas de televisión u ordenador. Y disfrute porque aunque viajamos hacia el futuro no salimos de ese pasado en el que las cosas eran así, tal cual nos las sirven ahora, o eso dicen; pero coño, que entretenía más y atrapaba al espectador sin que mediara tanta chanfaina, tal vez porque proporcionalmente hablando, los coches y los pilotos eran mucho más protagonistas que los ingenieros.

Os leo.

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