lunes, 1 de enero de 2018

Riesgo, peligro y espectáculo [07-02-2010]


Resulta curioso que, a pesar del tiempo trancurrido, siga teniendo vigencia la casi totalidad del contenido del artículo que escribí a primeros de 2010 como Firma Invitada para la hoy desaparecida GPActual en su versión digital. Hoy estrenamos año 2018, prácticamente ha pasado una década completa desde aquellas líneas, pero nadie diría que no fueron escritas ayer.


En el mundo del deporte del motor, como ocurre en otras disciplinas en las que el deportista se juega la vida, el riesgo, el peligro y el espectáculo, forman un todo sin el cual sería imposible comprender la actividad, hasta el punto de que podríamos hablar de que ese todo es su sinónimo. Desde que comenzó la aventura que sustancia nuestra afición, la muerte y los accidentes han jalonado de tragedias su historia hasta nuestros días.

Por suerte, parecen lejanos los tiempos en que la fatalidad estaba tan presente en las carreras que se hacía necesario cruzar los dedos para disfrutarlas; pero por desgracia, muertes como la de Henry Surtees o el incidente sufrido por Felipe Massa en Hungría, nos devuelven a una cruda realidad que jamás nos ha abandonado. Sin embargo, la actual percepción de la F1 parece bascular entre dos enfoques diferentes, el que prima la seguridad ante todo, y el que acusa al exceso de precauciones de la pérdida de mordiente.

Admitiendo que el debate, amén de interesantísimo daría para mucho más que lo que permite este humilde acercamiento, creo sinceramente que la perspectiva de enfoque de ambas posturas es incorrecta o está distorsionada, porque la raíz de la divergencia creo que está en otro sitio.

Puesto a incoar este expediente me voy a permitir poner un ejemplo preliminar y nada deportivo, basado en una actividad como el puenting (la cosa, como sabéis, va de que una persona se lanza al vacío atada por una cuerda y aguantando lo que le echen), e intuyo que nadie en su sano juicio se quejaría de que la sujección fuese de nylon elástico y no de cáñamo, pero sí de la altura del puente, pues no es lo mismo hacer el salto desde 150 metros que desde 10. El peligro es el mismo en ambas situaciones, el riesgo idéntico, pero a todas luces el espectáculo queda muy mermado en la segunda propuesta. Así las cosas, en la F1 moderna el riesgo sigue siendo inherente porque el peligro sigue siendo el mismo, aunque las necesidades de preservar el espectáculo lo ha solapado hasta casi anularlo, porque sólo tiene de categoría máxima el apelativo y la tradición.

La incorporación paulatina de medidas como la célula de seguridad en el monocasco, o los numerosos sistemas que impiden que ante una incidencia los vehículos se hagan añicos o se envuelvan en llamas como ocurría en los 70 del siglo pasado, el HANS y el casco de los pilotos, así como la ropa ignífuga que visten, han supuesto minimizar el riesgo ante el peligro de la actividad, y por lo tanto deberían ser contemplados como avances y no como retrocesos. Harina de otro costal son las enormes escapatorias de hormigón y cemento que adornan innecesariamente mulitud de circuitos, o la cautelar medida de sacar el Safety Car cuando lo pertinente sería paralizar la prueba, o en su caso, aplazarla porque las circunstancias así lo aconsejan.

Por un lado, la servidumbre de depender de los horarios televisivos y de las audiencias ha impuesto sus reglas, reduciendo la altura del puente que ponía más arriba como ejemplo, y por otro, la FIA de Mosley ha puesto el resto con su rácana concepción de lo que puede dar de sí un piloto de carreras frente a la tesitura de tener que vérselas ante una curva cuyas lindes son de hierba, tierra o gravilla.

No quiero extenderme. Lo que a mi modo de ver le falta a la actual F1 es dimensión auténtica. Si reducimos cubicaje y potencia por economía; si ampliamos escapatorias y las hacemos prolongaciones más o menos naturales de los circuitos; si sacamos el Safety Car por cumplir horarios; estamos banalizando el desempeño, la labor, disipando su auténtico sabor, matando su espíritu, trasladando al espectador y aficionado una sensación amortiguada del peligro y del riesgo real que afrontan los pilotos corriendo en cada prueba, y cargándonos de paso el espectáculo.

¡Con lo sencillo que resultaría que la F1 fuese realmente el máximo exponente del automovilismo, en todos y cada uno de sus aspectos, incluso en el de la seguridad! 


1 comentario:

tita hellen dijo...

Añadiría que hay que igualar los motores de alguna manera: es la única manera de ver quién es buen piloto y quien tiene un cochazo. No puede ser que desde la primera carrera de una temporada tengamos al mismo ganador que en la final y este todo decidido desde el minuto uno.

A ver que tampoco es que sea que nos pongamos como el primer año del gran premio de Corea, que llovía a mares, el asfalto no drenaba y aquello fue más Humor Amarillo que F1, pero oye, algo que no nos haga literalmente dormirnos en el sofá, estaría bien, porque vemos pocos adelantamientos y eso tiene mucho que ver con la desigualdad de potencia de motor. Que sí, que va en detrimento del desarrollo de las escuderías, pero es que sino, el deporte no tiene emoción y para eso, ni nos molestamos.

Un abrazo