martes, 5 de diciembre de 2017

Algo tiene cuando la bendicen


A raíz de la entrada que escribí el otro día con el Gran Premio de Mónaco 1982 como telón de fondo [La F1 no es esto], el sobrino de Hilly Preston me solicitó verla si estaba en mi mano hacerle el favor y acabamos viéndola juntos.

Para mí supuso uno de esos viajes hacia atrás que no me canso de hacer cuando dispongo de tiempo, y para él, el descubrimiento de una Fórmula 1 que, según sus propias palabras, le ha permitido empezar a ver lo bonito que era todo aquello, desde los coches a la actividad en pista, con vehículos que no habían sido retirados, con pilotos que señalaban con la manos a quien iba a doblarlos hacia qué lado se iban a apartar, la infinidad de doblados que había sobre la pista, etcétera, etcétera, etcétera...

Hemos apalabrado acercarnos en cuanto tengamos ocasión al Gran Premio de Europa 1993, carrera mítica donde las haya. Tercera prueba del calendario, se celebró en el circuito de Donnington Park bajo un fuerte aguacero en el que destacó quizás uno de los más soberbios Ayrton Senna que hemos visto jamás.

No voy a destripar la prueba ni siquiera voy a mencionar los santos huevazos de los 25 titanes que intervinieron en aquella cita, en la que, por cierto, sólo 9 de ellos vieron la bandera a cuadros. Y es que quiero echar el ratito hablando del agua como fenómeno íntima y tradicionalmente ligado a nuestra actividad, que sin embargo, ha dejado de ser protagonista de nuestros campeonatos por avatares del destino, por necesidades del espectáculo y porque ya no hay ruedas ni coches que permitan replicar hazañas sobre mojado, ¡gracias, ingenieros!

Está también el tema de la seguridad, pero como ésta vale para un roto y un descosido, con vuestro permiso voy a dejarla de lado para centrarme en esta parte sustancial de la Fórmula 1 que desgraciadamente no disfruta el aficionado en la actualidad.

La lluvia, las inclemencias meteorológicas o como queramos denominar a esta situación intratable a la que se enfrentaban los pilotos no hace tanto tiempo, ha venido siendo apartada paulatinamente de la actividad, seamos claros, porque el interés del deporte se ha depositado en la excelencia técnica en vez de en las manos de los conductores. Normal, entonces, que alucinemos en colorines cuando visitamos otras épocas en las que la ingeniería, el piloto y las ruedas, trabajaban juntos por y para el espectáculo, se desarrollase éste en condiciones de seco o de mojado.

Yo mismo he ayudado a justificar este decorado aclarando en la medida de mis posibilidades por qué los actuales monoplazas no están preparados para disputar pruebas bajo la lluvia, incluso aludiendo a las limitaciones visuales que sufre el conductor dentro de su habitáculo [Si fuese sólo el agua], pero ha llegado el Halo para quedarse, estamos a 6 de diciembre y me apetece decir, también, que no disfrutamos de carreras sobre asfalto mojado porque la Fórmula 1, en su conjunto, no muestra ninguna voluntad de hacerlo.

En mitad de los aguaceros veíamos quién tenía manos y quién no, como en Donnington 1993. La figura del rainmaster no volverá. Algo tiene el agua cuando la bendicen, y algo tiene cuando nadie la quiere ver ahora ni en pintura.

Os leo.

1 comentario:

enrique dijo...

La gran mayoría de los pilotos que conforman la parrilla son nacidos bajo los parámetros de la Fia que esta marcando de unos años a esta parte. Normal que tengan mas miedo al agua que los gatos.