sábado, 21 de febrero de 2015

Currete y la Ruta 66


La Ruta 66 es como nuestro Camino de Santiago pero en versión road movie, lo que en sentido estricto supone un monumental disparate porque sincerémonos, cada vez disponemos de menos tiempo para nosotros y nuestro espíritu y, por tanto, cabe pensar con razonable serenidad, que al diablo se le ocurre proponer que dejemos todas esas cosas que nos agobian a diario y de las que dependemos tanto, para embarcarnos en aventuras tan colosales y fantásticas como las que nos proponen ambos trayectos.

Mi sobrino William tiene apuntado en su libreta de propósitos que viajaremos a Mónaco para disfrutar juntos de su Gran Premio, y toda vez que la visita con mi hermano a la vieja parabólica de Monza ha quedado pospuesta sine die, he comenzado a ahorrar monedas de 2 euros para pillar cuanto antes ese Alpine A110 que me ayudará a cumplir mis sueños.

Antes tengo que volver a conducir y mejorar mi inglés, no sea que me ocurra como ayer, que riéndome de la broma de un payaso, este no entendió la mía. También es verdad que a lo peor tuve mala suerte porque por regla general, los payasos tienen buen sentido del humor. Lo sé porque tuve la suerte de coincidir con los hermanos Tonetti en el bar Eboga de Bilbao, lugar donde mi padre solía participar en sus tertulias vespertinas mientras yo hacía mis primeros pinitos en el mundo de las artes gráficas.

Pepe y Manolo tenían sentido del humor, puedo certificarlo. Tanto como para que el mayor de los dos dejara dicho que «Hay que ser auténtico en la vida, porque para mostrarse ante los demás con la cara bien alta, erguido y sereno. Hay que ser real», y tanto como para que cuando paso por la estatua que le levantaron los bilbainos muy cerquita de una de las mejores pinacotecas que tiene España, siempre me pare un instante para susurrar unas palabras que solo él y yo entendemos.

No he hecho el Camino de Santiago ni la Ruta 66, pero a cambio he disfrutado de viajes inigualables al lado de los seres a los que he pertenecido y me sacaban de paseo o me dejaban que acariciase su piel en casa. Ladrones todos ellos de un trocito de mí mismo que jamás he dado por perdido.

Hablaré con William. Seguramente en nuestro Alpine quepa una galleta que depositar junto al ramo de flores en la parabólica de Monza, después de haber abandonado Mónaco y antes de acercarnos a Spa y Nürburgring. Todo sea por cumplir nuestros sueños y los de nuestros seres queridos mientras un boxer ladra alegre quién sabe dónde, reafirmándose en que como nosotros, él también está hecho de polvo de estrellas y comparte nuestra misma sustancia e ilusiones.

Os leo.

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