sábado, 28 de diciembre de 2013

La herida malasia


Después de haberme costado lo mío asimilar que no significa lo mismo escribir malayo que malasio, no quería desaprovechar la oportunidad de sacar pecho antes de que el año baje definitivamente la persiana.

Malasia, sí, Malasia, cuyo idioma es el malayo y sus gentes reciben el nombre de malasios, el lugar donde se firmó el desencuentro definitivo entre Mark Webber y Sebastian Vettel por una minucia que consistía en que el segundo, saltándose a la torera las órdenes de equipo, aquella famosa Multi 21 que siempre fue papel mojado, clavó con frío acero en el corcho de los idiotas a su propio compañero.

Y es que hay que ser bastante bobo para después de años de convivencia, no entender que compartes escuadra con un tipo que sólo calma su miedo interior siendo primero así llueva o truene. Bobo o excesivamente buena gente, que en el caso del australiano víctima del alemán me inclino más por esto último, ya que en deporte la generosidad es un valor genuino al alcance sólo de los más grandes, incluso de Michael Schumacher, que ya es decir bastante.

No quiero amargarle las Navidades a nadie abriendo viejas heridas, pero el caso malasio, aquella llaga, no tiene nada que ver con resultar voraz en pista o ser un depredador, como dicen ahora, sino más bien con una situación de baja autoestima que hace que en un momento determinado valores más una victoria o una pizca de gloria que el afecto de quien ha permanecido siempre a tu lado, que luego parezca que te arrepientes, que lo exteriorices, y que pasado un tiempo prudencial, cuando no has encontrado el perdón que merecía tu rabieta, tires de una bonita cuota de soberbia para justificar lo injustificable.

Visto lo visto que ha pasado a fin de año, con un saldo de 198 puntos a favor de Seb sobre Mark, lo sucedido en Sepang sólo puede ser catalogado de estupidez supina y en cierto modo canallesca porque la cosa estaba fácil, muy fácil, demasiado fácil. Tanto es así que el aussie se despide de la Fórmula 1 sin una miserable victoria en el zurrón, precisamente porque a Vettel no le dio la gana respetar unas órdenes recibidas y recordadas por radio, y a Webber le pudo la conciencia de que replicando lo sucedido en Turquía 2010, la mayor perjudicada sería la escudería.

El día de Nochebuena, en mi recorrido por Twitter, saludaba a un amigo entrañable quien me lo devolvía apostillando que «aunque discrepemos acerca de cierto alemán.» Discrepamos en eso, es cierto, y le contesté instintivamente: «a Seb le quiero aunque te falten mis años de edad para entender mi punto de vista.» Años de edad, distancia y experiencia, tiempo en todo caso en el que personalmente he tenido la oportunidad de recibir la generosidad de otros y de devolver el favor a otros diferentes de los primeros, siempre y cuando no tuviera miedo a las consecuencias.

Como decía antes, intuyo en Seb un ser acomplejado que no se admite siendo segundo, que se rechaza en el humano doblado de rodilla, que no entiende que pueda existir un ser catalogado de menor que lo haga mejor, que se rebela asustado cuando toca obedecer por el bien del equipo, cuando las circunstancias recomiendan que no hay que poner en riesgo lo conseguido, cuando en definitiva, uno se siente parte de un conglomerado y no el rey intocable del mambo.

Lo he dicho hasta la saciedad: la época de los voraces y los depredadores se terminó en cuanto irrumpieron las comunicaciones por radio. Comparar lo sucedido en Malasia entre los hombres de Red Bull con lo que hicieron el gaucho Reutemann con Alan en Brasil 1981 o Didier con Gilles en San Marino 1982, por ejemplo, no tiene ningún sentido. Hace años se corría solo, infinitamente solo. Había que tomar decisiones sin la ayuda del ingeniero de pista, sin la omnipresencia de una supernanny que te permite en la actualidad circular casi al dictado, advirtiéndote de cómo va el coche, diciéndote qué va bien y qué va mal, que te informa de lo que que hacen los otros, tus rivales inmediatos y aquellos a los que debes doblar, incluso del ritmo y los tiempos de ese individuo con el que compartes vehículo y colores. Hoy lo sabes todo y eres más que nunca el responsable último de tus actos porque apenas hay lugar para la ignorancia.

Mark no era el enemigo, para Sebastian nunca lo ha sido, si acaso el australiano siempre ha resultado una pieza fácil de cobrar para el alemán porque hoy, matar sobre el trazado a un compañero de escuadra es mucho más sencillo que antaño, duele decirlo, pero es una constante de los llamados nuevos tiempos que vimos materializarse en 2007 en el seno de McLaren. La información que tiene los conductores a su disposición es sencillamente tremenda y en Malasia, hace ya unos meses, Seb se retrató no con una voracidad sin límite o sustantivándose como depredador, sino con una mezquindad que sólo responde a un miedo que no ha sido digerido y no sabe corregirse. La herida malasia ha llevado a Mark fuera de los circuitos de F1, pero marcará a Seb el resto de su vida como piloto, porque el deporte ante todo, es competición entre iguales y cuando sabes que juegas con ventaja o que puedes obtenerla, aplicar tu superioridad perdiendo la oportunidad de ser generoso, es de necios.

Os leo.

3 comentarios:

Tadeo dijo...

Chapeau !!!

Maestro, hay que ser un autentico ganador para poder felicitar al vencedor, y yo vi a Web felicitar a Vet incluso en sus peores momentos.

Saludos

Gwydion dijo...

No entenderé nunca cómo la gente puede odiar tanto a un corredor para escribir cosas como estas olvidándodose de Silverstone 2011 o Brasil 2012.

Pero bueno, ya sabemos que ahora el demonio es Vettel, como anteriormente lo fue Hamilton o anteriormente lo fue Schumacher.

Tadeo dijo...

Gwydion tienes un problema, dime donde has leído una sola palabra de odio.

No ser walkiniano no implica odiar, simplemente tener una opinión divergente. Supongo que eres nuevo y no sabes lo que endentemos como ñu, pero podrías adivinarlo sin mucho esfuerzo.

Saludos