domingo, 15 de abril de 2012

5 Rainmasters


A comienzos del mes pasado empecé el filtrado definitivo de los 3 litros largos de la primera añada de patxarán casero que elaboraba en mi vida. Las pruebas realizadas en febrero, tras algo más de cinco meses de maceración en completa oscuridad y a temperatura baja estable, me habían insinuado que lejos de salirme en alguna curva, podía terminar la carrera en buena posición.

Ahora puedo confesar que no las tenía todas conmigo. Disponía de una hermosa cantidad de buenos arañones (endrinos o patxaranes, como prefiráis) y de suficiente anís —aunque de garrafa, comprado en Eroski, para más señas—, además, me había visto como treinta veces el video de Youtube donde se explicaba con pelos y señales cómo confeccionarlo, pero al Nürburgring quería darle una textura especial incorporando algunos elementos aromáticos que no iban a salir de la canela, ni del café, ni del azúcar.

Comprenderéis que me llevaré el secreto de estos ingredientes a la tumba, salvo que se lo confiese a Josu en una de esas tardes en que ambos nos lo confesamos todo, pero en general, eran estas peculiaridades la que más quebraderos de cabeza me estaban originando porque con las fómulas no se juega, y yo estaba jugando, y de lo lindo. Pero al final todo ha salido de perlas, como decía más arriba.

Su sabor me pareció en febrero excelente aunque su color distaba algo del rojo que buscaba, pero después de los diferentes filtrados quedaba precioso, ligeramente acaramelado, pero rosso cereza transparente. 

Lástima que sólo un puñado de elegidos puedan disfrutar de esta primera añada. Para 2013 tengo previsto aumentar la tirada a 12 botellas, mejorando el color y tratando de mantener las sensaciones aromáticas. Vamos, que le tengo pillado el tranquillo y sé perfectamente cuál es el camino a seguir, así que allá que iré a partir de este otoño próximo.

En otro orden de cosas, cada botella, además de su pertinente etiqueta en la que aparece el Eagle T1G que llevó Dan Gurney en el G.P. de Alemania de 1967, encierra en su interior una pequeña bolita de cristal a la que he denominado cariñosamente Rainmaster, como mandan los cánones y recomendaba la ocasión. La verdad es que su presencia pasa casi desapercibida y es puramente anecdótica, pero espero que en cuanto los 750 centilitros empiecen a escasear...

Bueno, en ese preciso instante estoy seguro de que cada Rainmaster se hará notar haciendo honor a su nombre.

Os leo.

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